El interinato de Diego Arias empezó como un recurso de emergencia tras la salida de Javier Gandolfi, pero en apenas dos partidos el exvolante ha demostrado que su estadía en el banquillo merece más que unas semanas de transición.
Nacional, un club que históricamente ha pecado por tomar decisiones aceleradas, tiene frente a sí la oportunidad de actuar con sensatez: dejar trabajar a quien, con hechos, se está ganando el respaldo del camerino, la grada y el entorno.
Desde el primer día, Arias asumió con profesionalismo un reto que pocos se atreverían a tomar en mitad del incendio. En Santa Marta consiguió algo que parecía anecdótico, pero que en realidad habla de carácter: le ganó 2-1 al Unión Magdalena, en un estadio donde Nacional no se imponía desde hace 21 años. Más allá del resultado, el equipo mostró orden, actitud y, sobre todo, convicción en la idea del cuerpo técnico.
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Pero lo del sábado ante Millonarios fue algo más que un triunfo. Nacional rompió una racha de ocho años sin vencer al embajador en el Atanasio y lo hizo con autoridad futbolística, equilibrio táctico y compromiso colectivo. El 2-0 no solo vale tres puntos: valida un liderazgo que el grupo ha sabido acoger. Jugadores clave han destacado el manejo cercano y respetuoso de Arias, y esa afinidad se nota en la cancha.
Mientras los dirigentes siguen analizando nombres como Pablo Guede u otros candidatos, lo concreto es que el equipo ya tiene un entrenador que conoce la casa, entiende la presión y conecta con el vestuario. Cambiarlo en caliente sería, como tantas veces, una apuesta riesgosa disfrazada de urgencia.
Arias no ha pedido garantías, pero los méritos hablan por él. Y aunque apenas son dos partidos, la actitud del equipo es otra, además ha demostrado tener el ADN verdolaga, pues siempre quiere protagonismo y no le da miedo arriesgar poniendo, en su mayoría, jugadores con vocación ofensiva. Dejarlo al menos hasta diciembre no sería un acto de improvisación, sino de coherencia: el plantel lo respalda, los resultados lo avalan y el contexto exige estabilidad. En un club que ha perdido el rumbo más de una vez por decisiones precipitadas, mantener la calma puede ser, esta vez, la mejor jugada.
