Argentina encontró oro en su visita al estadio Hernando Siles y se trae una victoria que se le había hecho esquiva en los últimos tiempos.
La albiceleste se reencontraba con su viejo tormento, aquel que le había amargado el andar en un puñado de ocasiones y que logró dejar mella en generaciones pasadas: el fantasma de la altura. Una vez más, había que jugar el partido que todos quieren evitar, por el que se aparecen misteriosamente la acumulación de amarillas y unas cuantas contracturas musculares; el temido encuentro en La Paz.
Scaloni era consciente del reto que se les asomaba y así lo entendía, plantó un rocoso 5-3-2 de inicio para contrarrestar la superioridad física por parte los bolivianos y encontrar un equilibrio en el mediocampo que le permitiera manejar los tiempos.
Y el partido comenzó, tal y como se suponía, la Verde verticalizaba la cancha y fusilaba a centros a una defensa argentina que se defendía con lo que podía de los temerarios testarazos de Marcelo Moreno Martins, un conocido de la casa. La fórmula no falló, Bolivia se ponía arriba a los 24’ y se revivían amargos sorbos de zozobra.
Argentina rezaba porque se acabara el primer tiempo, no encontraba su juego y mucho menos ritmo, pero apareció el factor fútbol en su máxima expresión: un aparatoso Lautaro Martínez con más ganas que técnica se hospedó en el área rival, fue a trabar el despeje de un ingenuo defensor boliviano que terminó desviando con dirección del pórtico de Carlos Lampe. La albiceleste sin muchos argumentos se iba al descanso en tablas y comenzaba un nuevo partido.
La segunda parte fue una historia diferente, los dirigidos por Lionel Scaloni se adueñaron de la pelota, de las acciones y el 10 tomó la batuta; juegue aquí, juegue allá. Argentina ya estaba montado en el partido, lo tenía maniatado al local que se veía perdonado por la falta de resolución de Lautaro y un Joaquín Correa que ingresaba para darle aire al ataque.
A falta de 12 minutos del pitazo final, una vez más se revelaron los horrores defensivos del conjunto del altiplano para que Messi la armara, Lautaro la sirviera y Correa castigara la inocencia boliviana.
‘El Tucu’ Correa se encargaba de romper el maleficio de La Paz, uno que vivía entre los pensamientos gauchos desde la última victoria por allá en 2005. Esta vez no hubo fantasma que Messi y compañía no pudieran exorcizar.